Con curiosidad me puse a revisar cuándo fue que me dió por ponerme a subir montañas. Y gracias a la herramienta de guardar archivos en las redes sociales, pude verificar que en enero de de 2019 guardé una foto del Cerro de Quininí, porque cacharriando me encontré con ese paisaje épico que me cautivó y que by the way, me inspiró para volver a escribir en este blog (Libertad es la entrada de esa historia). Por diferentes circunstancias, el impulso que sentí no lo concreté en una acción y solo hasta diciembre de ese año retomé el anhelo de mi alma. Y superando los "inhibidores" como diría Ana la Sabia, dí el primer paso de ese sueño y me trepé al cerro. Desde ese día, que considero como una especie de iniciación, me paso horas buscando paisajes colombianos que pueda caminar, oír, ver y respirar (obvio con Road Trip Colombia).
En esta oportunidad mi viaje fue aquí, en Bogotá, en su zona rural, en la fábrica de agua más grande del mundo: el Páramo de Sumapaz. En realidad no pensaba salir ese fin de semana, pero mi gran amiga, Angelita de la Guarda, armó el plan motivada por las caminadas que hemos hecho con David. Ella quiso que su pequeño Kai, también se aventurara a internarse en las montañas. Así que armamos morrales, nos forramos con la indumentaria para aguantar el frio y llenas de ilusión y paciencia nos llevamos al par de muchachitos que han compartido paseos desde que estaban chiquitos.
Bueno, esa foto fue en el Tayrona. En otro paseo maravilloso y hace varios años. Espero que David no me regañe por poner la foto de la gorra de Mickey Mouse. Pero eso es lo que hay. Es que en estos días de coronavirus y de pánico generalizado, pienso y pienso, y llego a la conclusión que no hay privilegio más grande que ver crecer a un hijo. Gozarse la vida de ellos y reivindicar la propia. Estar cerquita y disfrutar cada etapa de la infancia al lado de un chiquito que sin tener la intención de hacerlo, nos reta a que revisemos los recovecos humanos de nuestra historia. Por eso les decía que Angelita y yo nos llenamos de paciencia, porque otrora era arrastrar chiquitines que mal que bien hacían caso y ahora, era jalar pre-adolescentes quejones.
En estos tiempos de aumento desmedido del precio del dólar, de la baja en el precio del barril del petróleo, de cierres de fronteras, de mercados atiborrados de gente comprando arroz y lentejas porque nos va a dar gripa a todos, a pesar del caos colectivo sonrío al vernos caminar, dando cada paso con reverencial respeto por la naturaleza y por la vida misma. Mientras los niños hablaron en 10K como cotorras, nosotras a lo colombiano "desatrasamos cuaderno", es decir, nos pusimos al día y disfrutamos un rato largo de nuestra amistad.
Qué rico es gozarse de las amiguis como diría la estupenda escritora española Sol Aguirre. Así el coronavirus nos confronte con la fugacidad de la existencia, no podemos olvidar que la vida es lo que pasa entre carcajadas y mientras se construyen los recuerdos día tras día. Allá en el pasado y aquí en el presente y con la gente con la que no hay que hacer ningún esfuerzo para se quede a nuestro lado. Hagan el recuento de esas personas que aman con el alma. La familia de sangre y la tribu que juntamos en el camino. Esas personas que te hacen sonreír y que cuando es necesario, reciben tus lágrimas con respeto. Con las que caminamos en la vida y si tenemos la fortuna, con las que llegamos a lugares mágicos como este.
Esta majestuosidad nos cortó la respiración. Guardamos silencio y sentimos su poder a 3.890 msnm. Disfrutamos de la calma que llega después del cansancio. Más adelante, nos esperaba la laguna de Ubchicua que la dejo para que la conozcan en el video que David y Kai prepararon para ustedes. Así como Chingaza, el Nevado del Ruíz y Quininí, Suma-Paz nos confirmó que la montaña siempre te deja un premio.
Y hablando de premios, al iniciar este trekking me pasó algo muy particular. No habían pasado más de 500 metros de camino, cuando mi corazón que ya sentía el ejercicio cardiovascular, se llenó de una sensación de alegría. La montaña por medio del viento me saludó y me dijo: Mujer que Camina. Me conmoví. Es verdad, nunca he dejado de andar. Luego también me angustié porque pensé que de pronto la altura me estaba poniendo medio cucú porque estaba oyendo a una montaña hablar.
Cucú o no, sigo caminando. A veces atacada de la risa, otras apacible, confiada y muchas veces con lágrimas en los ojos. No siempre clara sobre el destino hacia donde me dirijo, pero sí con un propósito en mi corazón: disfrutar del camino. Por ahora les puedo compartir que las montañas me han regalado tiempo de calidad con mi hijo. Y los dos hemos crecido mientras caminamos. ¡Así que no veo la hora de ponerme a hablar con los frailejones!
¡A caminar! Acá dejo el video que hicieron David y Kai, anímense a suscribirse en nuestro canal de YouTube y recuerden como diría Marcel Proust, "el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras, sino en mirar con nuevos ojos". Y tú ¿ya te atreviste a dar el primer paso para descubrir y explorar nuevas dimensiones de tu vida?
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