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Libertad


Desde hace varios meses no escribía. Estaba metida de cabeza en el proyecto político de trabajar por mi ciudad. Pero no siempre tener ganas es garantía de alcanzar un propósito determinado. Hay factores externos que uno no tiene control y que con sabiduría hay que saber aceptar para seguir adelante, aunque las cosas no salgan como uno las haya soñado o planeado. Pero mi espíritu emprendedor que siempre late en mi corazón me decía que pasara lo que pasara en las elecciones populares del 27 de Octubre de 2019, había que seguir caminando. Y lo digo literal.

Es que aprendí después de caminar Bogotá por más de mil kilómetros en este años, que en cada esquina pasa algo nuevo, que en cada paso se aprende y que en las calles se conoce a personas maravillosas. Y ya que he recorrido una gran parte de Colombia, quería insistir en ese propósito. Pero por distintas circunstancias que no viene al caso mencionar, no había tenido la libertad para hacerlo. Así que después de reponerme de haber perdido en mi proyecto electoral, me limpié las lágrimas (y los mocos) y me puse manos a la obra.

Siempre he creído que para estar a gusto con uno mismo, no es necesario salir a buscar lo que está en nuestro interior. Creemos de manera equivocada que la felicidad radica en las experiencias externas, pero no hay nada más coherente que tener felicidad en el corazón y que esta sea correspondiente con una vivencia. ¡Y por supuesto que buscar lugares bonitos ayuda mucho! Así que me puse a seguirle el rastro a @roadtripcolombia y me encontré con una opción maravillosa a solo tres horas de Bogotá: el Cerro de Quininí.

Resulta que es un lugar sagrado de la cultura indígena de los Panches que habitaban el territorio del hoy departamento de Cundinamarca y que se caracterizó por ser un grupo de guerreros. La historia cuenta que en los enfrentamientos con los españoles que trataban de conquistarlos, preferían morir antes que ser sometidos. Pues esos guerreros vivieron a tres horitas de donde está ubicada hoy en día Bogotá y el Cerro de la Luna que vigilaba sus costumbres, es el lugar sagrado en donde las mujeres parían, los niños eran reconocidos, los guerreros entrenados y donde la triste conquista española los extinguió.

Después de sufrir la salida por el sur de Bogotá, se llega al municipio de Tibacuy y de ahí arranca uno a caminar. Es un ascenso por esta Reserva Forestal que limita al occidente con el Rio Magdalena y al oriente con con el Cañón del Río Sumapaz. Hay senderos muy claros, pero la subida hay que decirlo, acelera bastantico el ritmo cardiaco. Mejor dicho hay que tener un buen estado físico o no se llega. O sí, pero reventado. Son cerca de 6K lo que se recorre para llegar a la Piedra del Parto, la Piedra del Palco, el Gritadero, el magnífico Pico del Aguila y la majestuosa Cabeza del Indio.

Así que con la ilusión de ver petroglifos y de conocer esta maravilla del departamento de Cundinamarca, empaqué mochila y le expliqué a mi hijito en qué iba a consistir esta aventura maravillosa. A este pre-adolescente nada que no tenga que ver con jugar Fortnite, lo conmueve mucho. Pero cuando le mostré el paisaje que veríamos se fue entusiasmando. Y así llenos de snaks y frutas arrancamos. En los primeros dos kilómetros me asusté porque estando lejísimos de la meta empezó la preguntadera de "¿ya vamos a llegar?", "¿cuánto nos falta?", "tengo mucho calor!", "¡ya me tomé toda elagua!", "¿ya nos vamos a devolver?" y mientras tanto yo, jadeando y con el corazón en la boca del cansancio, me iba saliendo de quicio.

Así que la estrategia de respirar hondo fue mi única herramienta. Hace poco estuve con uno de mis grandes maestros de vida (si se puede decir así) y me recordaba la importancia de viajar con los hijos. Es solo con el ejemplo que ellos aprenden, y estar en situaciones retadoras, en "talleres existenciales" reales en donde se ponen en práctica todos los discursos que uno les hecha. Mantener el paso firme e invitarlo a disfrutar del camino, más que el afán por llegar, lo fue calmando poco a poco.

Y entonces después de tres horas de caminar... ¡llegamos!

Como siempre tuvimos la oportunidad de conocer a personas maravillosas. La foto anterior es en la Cabeza del Indio. El lugar de donde se dice que los Panches se tiraron al vacío después de una sangrienta batalla y antes de ser esclavizados por los españoles. La leyenda cuenta que al caer al vacío sus almas se liberaron y se convirtieron en pájaros que volaron por el Valle de la meseta del Chinauta.

Y fue justo ahí, en ese momento, que me acordé de la recomendación de mi mamá: "no vayas a poner a caminar al niño al lado de un abismo".

Obvio tomamos todas las precauciones y jamás estuvimos en riesgo. Cuando les conté a mis compañeros de travesía la recomendación materna se atacaron de la risa, "no le muestres nada" o "espérate al final de la reunión familiar para mencionar el asunto" fueron los consejos que recibí, que al mejor estilo colombiano se convirtió en un chiste.

Nada como conectar con un combo de almas que quieren vivir la libertad en toda su plenitud. Si yo pudiera decirle a Dios algo, sería con toda convicción: "te sobraste con el Cerro de Quininí". Y si ustedes se animan, les recomiendo este paseo, claro en compañía de guías especializados y con toda la seguridad de una agencia que garantice el éxito del paseo.

Esta última foto es en el Pico del Aguila. Ese sin duda puede ser uno de los momentos más felices de mi vida. Disfrutar esa libertad que te da la posibilidad de vivir sin ataduras, sin cargas, sin culpas, con la satisfacción de buscar tus sueños y persistir aunque no se logren en el primer intento, es un propósito de vida con un valor infinito.

Yo no sé si los Panches se lanzaron de estas piedras o no, pero de lo que sí estoy segura es que sus espíritus están ahí, vigilantes y orgullosos. Y si uno está de buenas, te dejan visitarlos.

Déjame tus comentarios y si te gustó este post compártelo con tus familiares y amigos. Gracias por pasar por acá y leerme (de nuevo). Ah!! y acá les dejo el video que hizo David de este trekking maravilloso desde su perspectiva!!!


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