La vida siguió. Nosotros la vemos pasar desde nuestras ventanas y las pantallas de celulares, iPads y televisores. Parece que la naturaleza no era que necesitara mucho de los seres humanos. Mas bien lo contrario, ahora descansa y vuelve a renacer. Cuando volvamos a la calle, porque eso pasará algún día, se han preguntado ¿cómo será la nueva forma de estar al aire libre, sabiendo que hay un bicho suelto que no sabemos dónde está? y que tendremos que terminar por aceptarlo entre nosotros.
Mientras pasan los días encerrados, los gobiernos van buscando alternativas para que podamos salir. Acá en Colombia le llaman un retorno "inteligente", que consiste en ir regresando por sectores económicos, entendiendo que hay millones de personas que necesitan ir a trabajar y que no se puede parar la economía de manera indefinida. Alrededor de esas alternativas, hay muchos debates que los políticos aprovechan para "lucirse" y posar de inteligentes y (creerán ellos) ganar votos.
En Bogotá, la ciudad donde vivo, la alcaldesa decidió que para lograr un mayor control de la gente en la cuarentena, los días pares solo podemos salir las mujeres y los impares, los hombres. Al principio la medida no gustó mucho, pero con el tiempo y la resignación propia de los ciudadanos, todos terminamos por aceptarla y cumplirla. Pero el primer día del ensayo fue una tragedia. Como era de esperarse, solo mujeres en la calle podía resultar un tanto peligroso...para nosotras mismas.
Imagínense cincuenta mujeres haciendo fila para entrar a comprar comida. En esas me encontraba yo, en una fila en el puesto No. 10 y observando como las más avispadas, trataban de evadir la fila y se acercaban al guardia de seguridad para argumentarle por qué no se iban a demorar y que las dejaran entrar. Con paciencia franciscana, los celadores del supermercado, las fueron evadiendo una por una. Hasta que llegaron cuatro mujeres pertenecientes a una misma familia. La adulta mayor con bastón incluido, la hija de cuarentena años y las dos nietas de unos veinte años. Las cuatro en gavilla, tratando de convencer a las primeras de la fila, que no alegaran y al mismo tiempo al guardia para que las dejara entrar. El "problema" que "tenían" era que adentro estaba otra familiar que no tenía celular (justo ese día) y necesitaban entrar (las 4, obvio) para avisarle que no era necesario que comprara unas naranjas. Si, naranjas.
Y mientras tanto las cincuenta viejas en la fila viendo la escena. Conociendo los movimientos planeados de las embusteras. Prediciendo en nuestras cabezas el siguiente paso que darían. Calculando la próxima palabra que dirían. Yo sin paciencia, pero pidiéndole a Dios que iluminara al cuarteto de inconscientes para que se resignaran y se pusieran en la fila. Los ánimos se calentaban, así como en la selva, cuando el tiempo se pausa, justo antes de la tormenta.
Y llegó el mal movimiento. El guardia cedió. Triunfantes sonrieron y la señora del bastón se dispuso a entrar. Para ese momento ya completábamos en la fila cerca de una hora de espera.
Para hacerles breve el cuento, llegó la policía y las obligó a retirarse. "A mi mamá que está coja, no la insultan viejeeeeas peeeendejaaaaaaas" nos gritaba la hija, y la señora que en efecto estaba coja, se levantaba el pantalón, alzaba el bastón amenazante y nos mostraba la razón de su discapacidad. Todas con el tapabocas pero con las gargantas intactas, manifestamos nuestra contundente inconformidad. La revuelta fue contenida y en una clara estrategia de dispersión nos dejaron entrar a las primeras doce de la fila a hacer mercado. Cada una se compuso los guantes desechables, el caucho torcido del tapabocas y con dignidad entramos a hacer mercado.
Mientras agarraba las manzanas, los bananos y las cebollas pensaba en las razones por las que en nuestros países latinos nos cuesta tanto trabajo seguir instrucciones y acatar las reglas. Criticamos a los políticos corruptos, pero nuestras vidas cotidianas si podemos saltarnos una fila, perjudicando a otras personas, no dudamos en poner por encima de los demás nuestros propios intereses. De pronto (ojalá) esta crisis que nos confinó en las casas, sea un tiempo para que reflexionemos sobre nuestros comportamientos y regresemos siendo mejores versiones de seres humanos. Yo confío en que así sea. Pero mientras tanto, qué importante es hacer lo correcto, pensando en que si nos cuidamos y somos empáticos, de inmediato hay un efecto cascada que beneficia a muchos más. Y claro que se puede, es cuestión de voluntad. La vida nos cambió y creo que va siendo hora que nos acostumbremos que el coronavirus llegó para quedarse y que solo siendo más éticos, podemos mantenernos sanos y salir adelante de este reto. ¿No crees?
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