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Aroma de Mujer



Ahora que empieza el mes de Marzo y las conmemoraciones del día internacional de la Mujer, es importante reflexionar acerca de nuestro aporte social, político y productivo en Colombia. Las mujeres tenemos un rol en la construcción del futuro y quizá uno de nuestros principales aportes tiene que ver con el trabajo que históricamente hemos desempeñado y que consiste en el cuidado de nuestras familias y hogares. Puede que reneguemos, pero lo cierto es que el pilar de las familias casi siempre se cimienta sobre las acciones de las mujeres. Sin embargo, esa rol histórico femenino es contradictoriamente menospreciado en la sociedad (empezando a veces, por nosotras mismas).


No sé quien nos vendió la idea de que criar un bebé era un trabajo de segunda categoría y que más bien teníamos que salir corriendo a estudiar y trabajar como locas. La idea debería haber sido que el trabajo en las familias se redistribuyera mejor para que así los hombres también participaran de las crianzas de los niños y de los oficios de la casa y lograr así un equilibrio entre los hombres y las mujeres. Sin embargo, hoy la diferencia en la carga laboral continúa y se refleja en que las mujeres trabajamos 8,6 horas remuneradas menos que los hombres a la semana porque tenemos más obligaciones familiares y domésticas. De otra parte, la brecha salarial sigue siendo un reto en los países desarrollados y en las repúblicas bananeras. Los hombres con igual preparación y capacidad ganan entre el 17% y el 40% más que las mujeres. ¿La razón? la maternidad.


La sociedad espera que trabajemos como si no existiera la familia pero a pesar de las barreras hemos hecho maravillas. Cada día hay más emprendedoras, empresarias, mujeres en la política transformando las leyes y más líderes sociales transformado sus comunidades.  Cada vez conquistamos más derechos y libertades ayudando a construir una sociedad más equitativa. Ahora que me encuentro en el ejercicio de ser pre candidata a la Alcaldía de Bogotá, el reto es no dejar a mi familia a un lado y mucho menos a mi hijo. Confirmo que las mujeres vivimos las ciudades de una manera distinta. Nosotras vamos en zigzag entre la urbe porque antes de llegar al trabajo, hemos ido al colegio, al mercado y de regreso al final del día hacemos el recorrido contrario, recogiendo a los niños que los cuidan las abuelas o terceras personas, para llevarlos al médico o a hacer alguna vuelta que quedó pendiente, para llegar exhaustas a organizar el corre corre del siguiente día, que incluye a esposos, desayunos, almuerzos y comidas. ¿Se imaginan lo que podríamos hacer si tuviéramos más tiempo?


Ser mujer es una construcción y no todas tienen las mismas oportunidades. Hay un reto como sociedad y es lograr que miles de colombianas puedan acceder a los mismos servicios básicos sin importar su condición social, económica o ubicación geográfica. Las guajiras viven distinto a las chocoanas y estas a las llaneras. Pero a todas nos unen las ganas de salir adelante, conseguir un trabajo que nos guste y ofrecerle bienestar a nuestras familias. Pero nos hemos quedado cortas en acciones que permitan que la visión femenina del mundo imprima un orden diferente mediante el cual se ejecuten las políticas públicas. No nos digamos mentiras, las mujeres y los niños son las comunidades más vulnerables a las que más afecta la corrupción de los políticos que rellenan sus bolsillos con el presupuesto público que debería estar destinado para ayudar a salir de la trampa de la pobreza a miles de personas.


Hay mucho por seguir haciendo y la responsabilidad de quienes han tenido más oportunidades es mayor. Un estudio del Banco Mundial en 141 países estableció que si las mujeres pudieran tener la misma trayectoria de ingresos que los hombres durante toda su vida, la riqueza crecería en promedio 20 mil dólares per capita en todos los países del estudio y que esto significaría un incremento de la riqueza global agregada del 14%. En Bogotá por lo pronto hay que seguir reduciendo el número de embarazos en adolescentes (30% menos), seguir disminuyendo la mortalidad materna (40% menos) e infantil (cero al 2018 por desnutrición) y ampliar el acceso de niños y jóvenes a la educación, especialmente a la formación técnica. Más mujeres empoderadas redundan en niños sanos y fuertes, se genera más crecimiento de la economía y por ende más prosperidad en la sociedad. Pero el camino es largo. Hace algunos años en la alta Guajira me juré trabajar sin descanso, para ver más caritas felices, barriguitas llenas, piernitas sanas y fuertes para jugar y conquistar el mundo. Si desde la primera infancia hay más oportunidades, los niños tendrán una vida adulta muy distinta. Pero se necesita mucha ética y principios para gobernar y ejecutar el presupuesto público. Afortunadamente y aunque no veamos los cambios, poco a poco la sociedad reclama más de sus líderes responsabilidad y ejecución transparente. Necesitamos más mujeres en lo público, en la economía, en los deportes, en las artes, en la cultura. Empoderarnos y demostrar que así como hemos sido las guardianas en nuestros hogares y familias, también lo podemos hacer en nuestras profesiones y trabajos. 


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