Lidia apenas uno con uno mismo, no va a ser difícil hacerlo con los demás. Sin embargo, creo con firmeza que en la medida en que mejoremos la capacidad de relacionarnos con los demás, aportamos desde nuestro pequeño mundo, ese cambio colectivo que tanto anhelamos y que consiste en vivir en sociedades donde la gente sea buena gente.
Hace unos días hablaba con mi hijito sobre la importancia de que entienda a temprana edad a saber elegir con certeza la forma de reacción frente a los sentimiento o las emociones que nos llegan. Le expliqué que los sentimientos como la rabia, la frustración, la tristeza y el largo repertorio llegan, pero somos nosotros los que elegimos cómo reaccionar ante ellos. Como está chiquito, todavía lo domina la rabia (yo a mis 42 no la controlo a veces) y entonces se va por el rodadero emocional que lo conduce a otros estados de ánimo que no lo ayudan a superar los problemas que la vida le presenta. Hicimos un ejercicio y fue poner en una escala de uno a diez los sentimientos contrarios. El número uno correspondía cuando está muy tranquilo y diez al mal genio en su máxima expresión. Le explicaba que si sobre-estima el sentimiento, le puede pasar que la mente le haga una mala jugada y termine creyendo que está más bravo de lo que realmente vale la pena estar. Me miró con esos ojitos que amo y me dijo "Gracias mamá".
Esa conversación sencilla en medio de uno de los agobiantes trancones bogotanos me hizo sentir como la reina de las reinas, casi que oía los aplausos del público en mi cabeza. Me sentí satisfecha. La grandeza de mi ego se estaba expandiendo cuando vino la siguiente pregunta de la parte de atrás del carro: "¿Por qué será que a veces te pones tan brava y no puedes escoger estar bien todo el tiempo?". Lo mire por el espejo retrovisor. Ya no había aplausos sino la confrontación con la verdad. De la bendita escala esa de uno a diez, ¿en dónde estaba realmente?
Desde ese día no he dejado de pensar y de observar todos los roles y conversaciones que tengo en mi cabeza, conmigo y pues conmigo misma. Hay una serie de "Yoes" que aparecen y desaparecen y que entran en mi presente con una facilidad pero no siempre se retiran de la misma forma. Si pensamos en la volatilidad de las emociones de todas las mujeres y de los hombres pues es evidente que cada cual le echa mano a una serie de personajes que habitan en nuestro interior y que nos permiten eso, vivir y algunas veces a penas sobre-vivir. Acá una serie representativa de mis "Yoes" que quiero compartir:
1. Mujer Maravilla: No me canso, no me quejo, trabajo como mula, no duermo, no como, no pestañeo. Me encanta estar en modo activo, pero ese arquetipo de mujer incansable, a veces agobia a los que me rodean y a mí misma. Estar enfocada en algunas cosas no me permite ver con claridad otras que ocurren al mismo tiempo y entonces al combinarse con la bajísima aversión al riesgo, pierdo de vista las precauciones que debería tomar. Ser tan osada a veces no es tan chévere (lo confieso), pero otras...wow, trae una fortaleza con alegría inmensa que es indescriptible, pero que me ha traído grandísimas satisfacciones.
2. La Bella Durmiente: Me encanta dormir. Amo poner la cabeza sobre la almohada y caer profunda. En el transcurso del día cuento las horas que me hacen falta para llegar a mi cama. Y confieso que cuando me levanto cuento las horas que dormí (siempre me parecen muy poquitas) y hago la cuenta del día completo que me hace falta. Es desgastante no tener la fuerza de voluntad para levantarme cuando suena el despertador. ¡Es más! me indigna que suene el despertador, uno debería tener el super poder de levantarse a la hora que toca y punto. Pero yo...
3. La obsesiva-compulsiva: -"¿apagué la estufa?", me pregunto. -"Sí", me respondo. Uno, dos, tres, cuatro segundos después...-"mejor voy y miro", me digo. -"Ay! pero ya estoy acostada", replico. -"Qué tal que por la pereza de levantarme, amanezcamos todos muertos por inhalar gas", me boicoteo. Obvio que con ese tipo de conversaciones conmigo misma no hay paz que dure un capítulo de Netflix. Esa misma conversación está con cambiar el aceite del carro (que nunca hago), la llaves de mi casa, si el niño sí entró al colegio por la portería o yo me lo imaginé. Mi Yo compulsiva, es intensa e insegura y si le hago el ejercicio de hacer la tabla de uno a diez, siempre llega al millón. (Y ni hablar de cuando me subo dos kilos, me bajo medio, en fiiiiiiiiiinnnnnn)
4. Miranda Presley: cuando estoy en modo conexión con la humanidad y la belleza del planeta soy dulzura pura, pero si ando en modo odioso puedo pasar por la bully e insorportable mujer. Hago mala cara, me pongo de mal genio y me sabe a cacho la tal escala del uno al diez y no tengo compasión de nadie. Fabian Echeverría una de las personas favoritas en mi llavero de vida, conoce muy bien este aspecto porque hemos trabajado largas horas juntos. Sabe que si quiero que pase algo, debe pasar a menos que se me demuestre lo contrario después de haber revisado las doscientos veinticuatro mil quinientas ocho opciones posibles.
5. La Gremlin: ¿Se acuerdan de esa película? Yo creo que no hay ser humano que no haga pataleta. Llegamos a viejos y puede que no le peguemos patadas al piso, pero nos las arreglamos para descargar la frustración. Creo que si de pequeños nos hubieran ayudado a controlar con contención amorosa las dificultades, en la adultez sería más fácil aceptar y asimilar los pequeños y grandes retos de la vida. No tanto por los demás sino por uno mismo. Es en esos espacios-tiempo en los que no transamos con nuestras necesidades y nos ponemos muy rígidos o exigentes con nosotros mismos. De vez en cuando, está bien salirse de los chiros.
6. La Andreíta interior: o la niña interna que llaman los psicólogos. Para los que han hecho trabajo e inversión terapéutica en sí mismos, saben bien que en el pasado de nuestras infancias permanecen recuerdos de vivencias que si se presentaron una y otra vez, ayudaron a conformar las partes buenas y malas de nuestras versiones como seres humanos con las que tenemos que lidiar ahora de adultos. En nuestras relaciones familiares, profesionales, personales y afectivas deberíamos ser conscientes de manera permanente de cómo nos relacionamos los unos con otros, y por ende con nuestros niños interiores que traen consigo las carencias afectivas del pasado. A veces cuando tengo reuniones con equipos de trabajo, hago el ejercicio de visualizar las salas de juntas con los niños interiores de cada persona. Descubro que me pongo empática y me ayuda a tener una mejor capacidad de entendimiento. El problema de no controlar al niño interior es que cada que le da una pataleta porque no sabe cómo reaccionar ante una dificultad o estado emocional, pues lo que termina pasando en un gran enredo, ya no de niños interiores sino de adultos. A los niños/as internos hay que atenderlos y para eso existen miles de técnicas.
7. La fiestera: me encanta la rumba. Pero mi cuerpo ya no lo resiste más. Hoy a mis tiernos 42 añitos, una comida con tres vinos y acostada a dormir a las diez de la noche es desastroso para mí. Sin embargo, hay semanas en las arranco pensado que el viernes sí me voy a ir de parranda porque es necesario salir a divertirse y bailar y cantar...y con la llegada del martes, miércoles se me va cayendo el entusiasmo len-ta-men-te, y de repente llega el viernes y me veo arrunchada en mi cama pensando en la columna que voy a escribir para El Nuevo Siglo, el nuevo post acá en mi blog, el libro que me estoy leyendo para escribir el mío propio y lo único que quiero es una aromática para relajarme y dormir bien. Pero cuando me enrumbo hoy en día ¡todavía creo que aguanto!
8. La neo-feminista: Y a veces un poco feminazi. Creo que es más la mujer política criada con las mejores profesoras de Historia que la vida me pudo poner. Me enseñaron el pasado de tantas luchadoras por los derechos civiles y políticos que eso se me impregnó en el ADN y hasta en la médula espinal y por eso reconozco la importancia de las mujeres en la vida privada (las familias) y la vida pública (el trabajo y lo político). Pero se que no es un tema de exclusión sino todo lo contrario. No se puede promover la idea equivocada de superioridad, sino de complemento. Unos y otros nos necesitamos para sacar adelante nuestros hogares, nuestras familias, parejas, equipos de trabajo y etc. Hay un amigo que adoro con el alma que me controvierte todo el tiempo el tema del feminismo. Me dice que nunca en su vida había reflexionado tanto acerca de la discriminación del hombre blanco de cuarenta años. Yo me rio y le peleo. Lo cierto es que la discriminación por género también es inversa. Mi chiquito para el día de la mujer de este año llegó furioso del colegio y me dijo: -"Hoy solo le dieron chocolates a las niñas del colegio. Yo quiero un día del niño solo para nosotros los niños y que nos den dulces y que ellas vean, ya no quiero ser feminista mamá!". Y yo respirando en mi escala del uno al diez...inhala...exhala Andreita...
9. ¡Y Yo!: La que sube y baja, la mujer llena de contradicciones, la optimista, la yogi, la que se muere de la risa viendo bobadas en Facebook, la crítica tuitera, la columnista que piensa una semana antes de escribir con juicio 600 palabras. La mamá que se levanta más temprano para despertar con un ritual amoroso a mi hijo. La mujer tranquila, la novia/esposa amorosa y cansona, la política, la que va a terapia y sale y se pone a llorar. Es que todos somos un conjunto de muchos roles, de conversaciones internas que a cada segundo suceden en nuestras cabezas. Vale la pena reírse de uno mismo y descubrir el mundo interno que nos habita. Recuerden que no andamos solos, sino ¡con todos esos personajes! (y háganme caso con lo de la escala de 1 a 10, funciona)
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