La primera vez que estuve en una selva fue en Nuquí, Chocó. Bueno un poco más allá de Nuquí. Tenía 20 años y la menor idea de cómo viajar con comodidad al corazón de la naturaleza. Después de un recorrido de 40 minutos por el Pacífico y de compartir espacio con unas gallinas y dos marranos, llegué entaconada a una playa desierta. Me cargó el lanchero y de un aventón me lanzó contra la arena. Emparamada le dije a mi buena amiga Angela Gomez que me preocupaba lo del "dry clean only" de la pinta que llevaba puesta. Esa es una anécdota que nos hace reventar a carcajadas. Así empezaron los diez días que me hicieron enamorarme del verde de nuestro país.
Fontur, entidad del Ministerio de Comercio, realiza viajes de promoción a diferentes lugares turísticos y escondidos de Colombia. El turismo ecológico y sostenible está en proceso de ser descubierto pero sobre todo entendido por nosotros los citadinos acostumbrados a las grandes cadenas hoteleras. La crónica del viaje y el paso a paso la pueden leer aquí (en el subrayado) en El Amazonas también es Colombia en el periódico El Nuevo Siglo.
Cuando volví de Nuquí después de ver ballenas Yubartas, peces aguja, boas, cangrejos ermitaños y un largo etcétera, me dolió la ciudad. Sentí un dolor inmenso de la cantidad de cemento y asfalto. Volver de la selva y de estar en permanente contacto con la naturaleza, en pocas horas genera una gran conexión que si al principio genera resistencia con miedo, con el fluir, poco a poco va adentrándose en el alma para no salir de ahí jamás. Acá una foto de ese viaje hace más de 20 años:
Hace dos semanas que llegué de visitar el Amazonas, de ir de nuevo a la comunidad Macedonia, a la Isla de los Micos, a Puerto Nariño y hay algo que me duele de nuevo. El silencio en las madrugadas en Bogotá. Parece un lugar muerto. Si acaso cantan uno o dos pájaros para saludar el amanecer. La contaminación, la falta de árboles y el cemento han acabado con la naturaleza. Me dí cuenta de eso al compararlo con la visita en Leticia al Parque Santander o mejor conocido como el Parque de los Loros. Al amanecer y al atardecer llegan miles y miles de loritos y golondrinas a posarse sobre los árboles para pasar la noche y salir volando hacia la selva con los primeros rayos de sol.
De los viajes a la selva he traído varios aprendizajes que les quiero compartir:
1. Observar. caminar en silencio y escoger un lugar para mirar cómo del verde profundo empiezan a salir insectos de todos los colores. Mariposas azules gigantes, arañas, mosquitos y un largo etcétera que aún me hacen sentir pánico. Me debato entre el terror y el espectáculo, el calorcito y el bochorno, la sed y las ganas de caminar otro poquito más. Observar afuera y observarme adentro. En la naturaleza siempre es más fácil encontrarse de repente ¡con uno mismo!
2. Respirar. Hablando de controlar el pánico, ¿les dije que en Nuquí pude ver Yubartas? Pues previo al magnífico encuentro, la lancha se detuvo en el Pacífico. La gente guardó silencio. De repente alguien señaló hacia las profundidades. Angela me miró con una felicidad absoluta y dijo segura: -"Es una Yubarta". De inmediato pensé en Jonás y supuse que la especie de ballena que se lo había tragado era una Jorobada, entonces le grité despavorida: -" ¿Y qué pasa que sea una Yubartaaaaaaaaaaaaa?". La gente me miró. Ella respondió con calma: -"pues nada, que es una ballena". Mientras la lancha se ladeaba y la gente se movía de un lado al otro, yo trataba de respirar y de buscar un rotico para verla. Fue hermoso, esa Yubarta nos rodeó presentándonos a su Yubartico, un ballenato que juguetón nadaba por encima del lomo de su mamá-ballena.
3. ¡Llevar a los niños!. Hoy en día el Amazonas cuenta con una infraestructura (puede mejorar mucho más) adecuada para llevar a los niños. Yo llevé a mi hijito hace cuatro años. Llegamos al aeropuerto y haciendo fila para entregar las maletas y hacer el check-in del vuelo hacia Leticia una chiquita que estaba detrás de nosotros con sus papás le dijo moviendo el cuerpito de un lado al otro: -"¿A dónde te llevan de viaje?", a lo que mi hijo le contestó con vocecita ronqueta y dando salticos: "Mi llivan de aventuda esplodadoda al Amachonas!!!". La niñita que sonreía cambió su expresión, arrugó la carita y se puso a llorar jalándole el pantalón a su papá diciendo: "Ya no quiero ir a Velledupaaaaaaar, llévame al Amazonasssssss". Fueron unos días para ese niño que nunca va a olvidar. En la Isla de los Micos, se divirtió dándole banano a cada animalito, les tocó flauta, gritó con los delfines rosados (mucho menos que yo por allá en el Pacífico con la Yubarta), buscó pirañas (afortunadamente no las encontró), se fascinó con las comunidades indígenas y no dejó de observar el hermoso cielo lleno de gavilanes y papagayos. Aquí un recuerdo en el Mirador de Puerto Nariño.
4. Fluir. Los ríos de Colombia son una belleza, en especial los de la Amazonía. El rio Vaupés, el Inírida en Guainía, el Caquetá, el Guaviare, el Amazonas y un largo etcétera. El más feo y triste de todos es el de mi natal Bogotá. Colombia está llena de agua que desde el aire se ven como venas que alimentan y le dan vida a la naturaleza. Si Leticia es imperdible, no se vayan de este mundo sin visitar los cerros de Mavecure en el Guainía a dos horas en lancha desde el municipio Inírida que traduce: tierra de muchas aguas. Ir con la corriente y en contra de ella. Así se la pasa uno en la vida, a veces a favor y otras a tramacazos y muerto del cansancio. He ido aprendiendo que cuando ya no puedo más, suelto la carga y me dejo llevar. No es tan grave, siempre se llega a algún lugar.
5. Volver. La única vez que fui a Mitú, Vaupés le pedí a la tierra que me volviera a llevar. Siempre que despego de la Amazonía por la ventana le pido a la magia del lugar que haga algo y me lleve de regreso muy pronto. Me siento afortunada porque he tenido la oportunidad de ir, oír, probar, oler y sentir el sur de Colombia. Da mucha tristeza que las comunidades de estos lugares se sienten desconectadas del país. Hablan de "allá en Colombia esto o aquello" y la razón que explican es que se sienten en una isla, en donde en lugar de mar, hay selva. Nuestro país es un territorio de aviones. Yo no sé si es verdad el cuento de que la geografía ha hecho difícil la construcción de las carreteras que nos conecten. Creo que ha sido más ineficiencia y ladronera de gobernantes ineptos que se han llenado los bolsillos con los impuestos de los colombianos. Pero también se, que una carretera por el Amazonas terminaría partiendo en muchos pedazos un ecosistema que sin duda ninguna es el pulmón de un buen pedazo del planeta. Pasarán años antes de estar conectados por tierra, pero a pesar de esto, si un día tienen la oportunidad de viajar, miren hacia el sur, ¡también se vale ir por allá!
¿Y ustedes ya fueron al Amazonas? ¿Se animarían?. Si les gustó esta publicación les recomiendo el like y compartirla. Como siempre, muchas gracias por pasar por acá y ¡leerme! Ah! y la foto divina en la Isla de los Micos es crédito de Ricardo Ahumada @ElTioLulo