
He practicado Yoga desde los 20 años. Llegué en una búsqueda espiritual y aunque no me quedé allí, sí me abrió el camino hacia otras herramientas de crecimiento personal que me han servido para intentar construir una mejor versión de mí. Del Yoga pasé al Reiki, a los Angeles, a la terapia Gelstalt, a las Constelaciones Familiares, la psicoterapia, el Hoponopono, aromaterapia, digitopuntura, acupuntura, medicina bioenergética y un largo etcétera. Encontrando en cada técnica una oportunidad de aprendizaje y bien-estar. A estar alturas de la vida estoy convencida que hay que hacer el esfuerzo para buscar las herramientas que mejor encajen con lo que uno es. Lo bueno, es que hoy más que nunca, todos podemos acceder a múltiples conocimientos y aplicarlos.
Es que hace hasta apenas cincuenta años, encender un bombillo, llamar por teléfono, enviar una carta y tener agua potable era un lujo. Por esa razón es que tal vez tenemos en el ADN colectivo, la idea de que hay que trabajar y trabajar desde que amanece hasta el anocher, para tener (¿merecernos?) una buena calidad de vida. Es que si lo pensamos hasta hace a penas tres generaciones (y aún en muchos lugares hoy en día) había que cultivar los alimentos, conseguir el agua, la madera y prender el fuego. Todo esto para sostener la vida. Cuando se fueron supliendo esas necesidades, empezó a quedar tiempo para descansar, entrar en momentos de quietud, y sí, encontrarse uno con uno mismo.
Yoga significa "unión" y es una herramienta milenaria. Muy útil para conectarse con lo que está desprendido y olvidado de uno mismo. La historia de la vida de cada persona va dejando huella en el cuerpo físico. Las experiencias de la infancia, los sueños cumplidos y los frustrados, los amores bonitos y los desastrosos, dejan marcas que muchas veces preferimos no revisar para evitar "la fatiga". Pero entre los pliegues de los músculos y los rincones de los órganos, escondidos yace la historia de nuestra vida.
He aprendido que uno va y regresa al mat. En mi caso de la mano de profesores maravillosos que con paciencia me han mostrado el camino de la flexibilidad, fortaleza y equilibrio. El Yoga necesita determinación, que se manifiesta a través de la disciplina. Es una técnica que con constancia en la práctica entrega resultados casi que inmediatos.
En estos años he podido comprender cinco lecciones que he aprendido en este camino y quiero compartir con ustedes.
1. Me rindo. El Yoga es de a poquitos, pero cada poquito te acerca al piso, a una rodilla o incluso, a las manos. Resistirse es impedir que el aprendizaje fluya. Así que en ese rio de emociones contenidas, un día agaché la cabeza y dije "ya está, ¡me rindo!". En la entrega y la aceptación, surgió un espacio mental y físico que me permitió avanzar y disfrutar. A veces retrocedo, pero entonces recuerdo acercar la quijada al pecho, cerrar los ojos y rendirme.

2. Disfruto el camino. Me tomo fotos, comparo un día con el otro, a veces sudo, otras lo logro como si estuviera levantando una pluma. Cada postura la profundizo y me concentro en el "aquí y ahora". Respiro. Comprendí que la mejor herramienta es respetar mi cuerpo. "Just Breath" me dijo un día mi profesor de Kundalini. Ahí voy.

3. Agradezco. Doy gracias una y otra vez. Y por si las moscas, lo repito. El Ho'ponopono me enseñó el mantra "lo siento, perdón, te amo, gracias". GRACIAS por el pasado, el presente y el futuro. Por lo que tengo, lo que tuve y lo que tendré. Agradecer abre puertas mágicas y la vida regresa con más bendiciones. Agradecer es un acto de humildad. Como me enseñó Chamalú, allá la falda de la Cordillera de los Andes en Cochabamba, Bolivia, "agradezco todo, hasta los problemas, porque ¿qué sería la vida sin problemas?".
4. Confío en mi intuición. El Yoga enseña a respirar y en ese vaiven del aire que entra y sale del cuerpo como las olas del mar, se aprende a poner atención. Conectarse con el silencio, y darse cuenta del arsenal de pensamientos que viajan por la mente en desorden y con la rapidez del movimiento de las alas de un colibrí, implica entregarse sin miedo a la incoherencia y aprender a confiar. Un día se logra. Otros no.
5. Sonrío. Para practicar yoga no son necesarias grandes infraestructuras. La más complejas ya las lleva uno puestas y son la mente y el cuerpo. Aprender a cuidar ese templo sagrado es una lección de humildad. ¿Por qué? tal vez, porque damos por sentado lo que tenemos y asumimos que somos invencibles. Pero la vida no respeta libretos y de un día para otro, todo cambia. Por eso es tan importante aprovechar el presente y sonreír. Desde niños nos cohibieron con la facilidad infantil de carcajearnos y con el pasar de los años, la sonrisa en algunas personas se convierte en un rictus de piedra. Pues bien, para esa sonrisas empolvadas hay cura. El yoga además de flexibilizar el cuerpo, también lo hace con la sonrisa. Sin darse uno cuenta, un día la dibuja en la cara. Pero hay que buscarla un espejo. Mirarse y sonreírse. Al principio la rigidez mental es implacable. El auto sabotaje se presenta en forma de "¡qué ridiculez!". Sin embargo, con constancia la muelamenta se asoma con espontaneidad y con respiración y movimiento, se aprende a sonreír. Es que entre más sonrisas compartamos con el mundo, más regalos bonitos llegan a nuestras vidas.

Y tú, ¿cómo cuidas de tí?
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