He practicado Yoga desde los 20 años. Llegué en una búsqueda espiritual y aunque no me quedé allí, sí me abrió el camino hacia otras prácticas que me han servido para construir mi siguiente versión, algo así como la Andrea 2.0, luego la 3.0 y sucesivamente así. Del Yoga pasé al Reiki, a los Angeles, a la terapia Gelstalt, las constelaciones familiares, la psicoterapia, aromaterapia, digitopuntura, acupuntura, medicina bioenergética y un largo etcétera. Encontrando en cada espacio una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Cuando hay determinación para sacar de adentro la mejor versión de sí mismo, hay que buscar herramientas y hoy más que nunca el mundo tiene capacidad de acceder a estos conocimientos y aplicarlos.
Es que hace hasta apenas cincuenta años, encender un bombillo, llamar por teléfono, enviar una carta y tener agua potable era todo un lujo. Por esa razón es que tenemos en el ADN colectivo la idea de que hay que trabajar y trabajar desde que amanece hasta casi que vuelve a amanecer. Y si lo pensamos pues hace tres generaciones (y aún en muchos lugares hoy en día) había que procesar o cultivar los alimentos, conseguir el agua, prender el fuego y cuando poco a poco se fueron supliendo esas necesidades, entre otras cosas gracias a la industrialización, empezó a quedar tiempo para el ocio.
Pero el Yoga no es ocio. El Yoga que significa "unión" es una herramienta para crecer. Es más, para conectarse con lo que está desprendido y olvidado de uno mismo.
Con los años, las experiencias, los sueños cumplidos y los frustrados, los amores bonitos y los desastrosos, el cuerpo va grabando la información que preferimos no digerir para que no duela. Entre los pliegues de los músculos y los rincones de los órganos. Ahí escondido yacen los dolores.
Hace unos sies mese regresé a este camino, de la mano de profesores maravillosos y sabios que con paciencia me han mostrado el camino de la flexibilidad, fortaleza y equilibrio.
No hay dolor más grande que tratar de doblarse como un gancho y no llegar ni a las rodillas. Sentir el estiramiento hasta en las pupilas que se quieren salir de los ojos por la fuerza cimentada en la debilidad.
El Yoga necesita ir de la mano con la determinación que se manifiesta a través de la disciplina. Si, esta técnica necesita constancia en la práctica para poder ver y sentir los resultados.
En estos meses he podido comprender algunas lecciones de humildad que me gustaría compartir con ustedes.
1. Me inclino y acepto mi cuerpo como está. El Yoga es de a poquitos, pero cada poquito te acerca al piso, a una rodilla o a juntar las manos. Resistirse es impedir que el aprendizaje fluya. Así que en ese rio de emociones contenidas, un día agaché la cabeza y dije "ya está, ¡me rindo!"
2. Disfruto el camino. Me tomo fotos, comparo un día con el otro, a veces sudo, otras lo logro como si estuviera levantando una pluma. Cada postura la profundizo y me concentro en el "aquí y ahora". Comprendí que la mejor herramienta es respetar. Aunque uno no lo crea, la mayoría de las personas no sabemos respirar. O jadeamos o nos ahogamos. "Just Breath" me dijo mi profesor de Kundalini. Y ahí voy.
3. Agradezco. Doy gracias una y otra vez. Y por si las moscas lo repito. El Ho'ponopono me enseñó el mantra "Lo siento, perdón, Te amo, Gracias". Gracias por el pasado, el presente y el futuro. Por lo que tengo, lo que tuve y lo que tendré. Agradecer abre puertas mágicas y la vida te retorna más bendiciones. Agradecer es un acto de humildad. Como diría Chamalú, "agradezco todo, hasta los problemas, porque ¿qué sería la vida sin problemas?".
4. Desarrollo mi intuición. El Yoga enseña a respirar y en ese vaiven del aire que entra y sale del cuerpo como las olas del mar, se aprende a oír con atención. Conectarse con el silencio y darse cuenta del arsenal de pensamientos que viajan por la mente en desorden con la rapidez del movimiento de las alas de un colibrí, implica entregarse sin miedo a la incoherencia y confiar. Un día de repente ya no hay tantos pensamientos y la intuición aflora. Pero de nuevo, para meditar, la rigurosidad en la práctica es imprescindible.
5. Comparto la felicidad y el amor. Lo bonito en la vida se cuenta y se comparte. No son necesarias grandes infraestructuras para practicar Yoga. La más compleja ya la llevas puesta pues y se trata de tu cuerpo. Aprender a cuidar ese templo sagrado que habitas y que te acompaña sin importar la geografía, es una lección de humildad. ¿Por qué? tal vez, porque damos por sentado lo que tenemos y asumimos que nuestro cuerpo nunca se va a enfermar porque somos invencibles. Pero la vida no respeta libretos y de un día para otro todo cambia. Por eso es que es tan importante aprovechar el presente y sonreír. Desde niños nos cohibieron con esa facilidad infantil de carcajearnos y con el pasar de los años, la sonrisa en algunas personas se convierte en un rictus de piedra. Pues bien, ¡para esa sonrisas empolvadas hay cura! Busca un espejo, mírate y sonríete al menos durante un minuto, durante una semana. Inténtalo. Al principio la rigidez mental es implacable. El auto sabotaje se presenta en forma de "¡qué ridiculez!". Sin embargo, con constancia la muelamenta se asoma con espontaneidad y si le metes respiración y movimiento aprendes a sonreír. Y le cuentas a tu familia y a tus amigos. Entre más sonrisas compartamos con el mundo, más regalos bonitos nos llegan a nuestras vidas.
Y tú, ¿cómo cuidas tu cuerpo?