Yo solo duré casada seis años. Cuando me separé (algo que no estaba en mis planes) me ví enfrentada con una realidad abrumadora: el mercado del usado. Ese lugar donde vamos a parar los separados como resultado de nuestras malas decisiones y de la pérdida irremediable del matrimonio. Recién separada, recuerdo que no soportaba ver una revista de novias, las páginas sociales con la gente feliz e ir a un Mall, era un acto de perturbación absoluta. Sí, en los Malls solo hay familias Ingalls (esas que solo se ven si uno está recién separado) ese prototipo de grupo familiar conformado por papá, mamá e hijitos que se caracterizan porque todos sonríen, mientras uno solo (en el Mall) se come un triste helado de chocolate observando con dignidad de la felicidad de los otros.
Cuando me separé no estaba en apogeo el Instagram (afortunadamente). Era mucho más popular Twitter, que es ese lugar a donde vamos a tratar de decir cosas inteligentes en pro o en contra de alguien o de algo en solo 140 caracteres. Twitter era un espacio perfecto para deshacerme de la rabia y decepción de recién separada. No tenía Facebook. Estoy hablando del año 2012 y me había rehusado para dizque mantener mi intimidad. Ese cuento me duró hasta que un amigo (mucho más joven que yo) en un viaje en Chicago, al oír mi confesión de estar por fuera de facelandia, con horror (y lástima) abrió su computador, me hizo un par de preguntas y en un abrir y cerrar de ojos empecé a existir en la famosa red social. Me angustiaba en ese momento no tener amigos que me agregaran. Tal vez, suponía yo, que no tener esposo era como una especie de enfermedad contagiosa que aplicaba en las amistades y las redes sociales.
El caso es que aprendí a usar Facebook no sin antes haberle dado "Like" a más de una foto sin en realidad quererlo hacer, sino más bien por stalkear al tipo con el que estaba saliendo. Lo mismo me pasó un par de veces en WhatsApp, en donde la desgracia consistió en mandarle el mensaje al personaje con el que salía, pero que en realidad iba para mi mejor amiga, en donde le preguntaba (a ella) si le mandaba mensaje o no (a él). Y el tipo me decía, "sí, mándame un mensaje".
Así pasaron los años. Hace casi 3 años, decepcionada del mercado del usado y frustrada con relaciones que no iban para ninguna parte, empecé a tener información de Tinder y Hppen. Un par de redes (no sé si hoy en día haya nuevas) que son un mercado virtual de posibles parejas. Entre la gente se menciona que Tinder es más para tener relaciones esporádicas y encuentros sexuales y la segunda es mucho menos conocida. Una amiga andaba en esos días en Tinder. Se moría de la risa dándole Like a cuanto tipo aparecía en su celular y me mostraba los chats que tenía con sus nuevos amigos. A mí me daba pánico, pero por otro lado le tenía más tedio al medio en el que movía y en el cual no tenía la oportunidad de conocer a nadie diferente.
Entonces me puse a investigar por Hppen y me gustó su georeferenciación que en mi mente, cuarentona e inexperta en redes ya no sociales sino de amor, me dijo -"no es tan Tinder y seguro ahí estará el amor de tu vida". Sí, así me habla mi cabeza aunque no siempre es tan amable. En términos generales, en la aplicación salen las personas que se han cruzado literalmente el camino contigo. Así que frecuentar algunos sitios es como una especie de garantía de gustos similares (esa es mi mente de nuevo hablando). Pues bien, con la pésima experiencia en WhatsApp me aventuré a matricularme en esta nueva aplicación ya sin la ayuda de ningún amigo. Me moría de la vergüenza admitir que andaba en esas. Esa noche conversé con cuatro personajes. Al día siguiente, ya tenía un grupo de diez hombres que por ser viernes me invitaron a salir. Pero no. Yo no quería eso. Para esa gracia, Tinder hubiera sido mi opción. Mi ojo estaba atento a cualquier movimiento como las águilas cuando van a cazar a una presa.
Y fue así como ví la foto al cuarto día de estar buscando. Lo ví y me encantó. Le dí Like. Con toda la experticia auto-ganada en el manejo y control del "stalkeo" esculqué hasta la última de sus fotos. Lo busqué en Facebook, Instagram, Twitter, Google y YouTube y en la medida en que lo encontraba, más me gustaba. Esperé el Like de vuelta. Es que para poder hablar en estas redes se necesita que el otro de Like y que luego alguien comience la conversación. Como venía frustrada de los desencuentros del pasado, mi única regla y compromiso conmigo misma era que pasara lo que pasara yo no iba a decir el primer "hola". Eso estaba claro.
A diferencia de la inmediatez de los otros tipos en dar de vuelta un Like, este fue distinto. Pasó un día. Dos, tres y cuatro. Al quinto, llegó un mensaje que casi que decía "el fulano ese te dió (el esperado) Like". Cinco días que se convirtieron en un momento de verdad, de esos en los que uno siente que se juega la vida. -"¿Lo saludo?", me pregunté. -"¡No!, me contesté". El resto de esa tarde me pasé revisando las redes sociales, enamorándome como quinceañera y viendo cómo cada hora que pasaba mi compromiso de no escribir primero se desvanecía.
Obviamente no llegué a la noche y le puse - ¿Hooooola Carlos cómo estás?. Llegó la madrugada. El día fue gris. Pasaron uno, dos, tres y cuatro días. Era domingo por la mañana del quinto día, de un Día del Padre. Pero solo llegó un escueto -"Bien gracias, ¿y tú?". Para ese momento ya había perdido la dignidad y lo que denominan los psicólogos infantiles la "autorregulación". Pero como andaba en celebraciones, se me pasó y no contesté de inmediato. -"Más tardecito", me dijo mi cerebro.
Llegó la noche y le conversé. Y como lo sospeché, fue maravilloso. Chateamos por horas y cuando nos iba dando la media noche llegó el momento de la despedida. Triunfante le decía a mi cerebro -"¿Viste?, Valió la pena!", a lo que sonriente mi mente respondió -"¡Tenías toda la razón!".
Triunfante esperé la propuesta para conocernos. Había amigos en común, sector laboral parecido, gustos similares. Nada podía fallar. Me dijo -"Tenemos que ir a tomarnos un vino entonces". A lo que feliz contesté -"Me parece delicioso, ¿qué te parece el Miércoles?".
Obvio, estaba tan segura de la respuesta afirmativa que no dudé incitar al encuentro y romper mi regla de nuevo. Me contestó, -"Mañana por la tarde (o sea el Lunes) me voy para Australia con mis hijas y me quedo un mes, nos toca a mi regreso".
¿Auuustraliaaaaaa?
Horas y días invertidos para que terminar en "Australia" con el cuento de unas vacaciones familiares ¿sin esposa o novia?. Respiré. No le creí. Al día siguiente estaba en una reunión de trabajo y tuve que llamar a un amigo para pedirle un consejo que terminó en una orden de servicio para remediar la situación en la que me encontraba. Hablamos quince minutos y llegamos a un acuerdo. Nos despedimos y seguí mi vida. Lo que nunca me imaginé es que este gran amigo era el conocido mutuo que teníamos en Facebook y justo en ese momento mi "HppenMan" estaba reunido con esta persona. La magia ocurrió cuando él vió sonar el celular con el nombre de Andrea Nieto. Oyó la conversación y cuando esta terminó, averiguó de mí lo que no tenía la intención de hacer en esa reunión que le tenía preparada el destino.
En efecto, esa tarde viajó a Sidney y una semana después me escribió. Fue él quien inició entonces la conversación con un -"Me hablaron maravillas de tí, ¿Cómo has estado?".
De eso ya van a ser dos años y ahora que me lanzo a conquistar otra red social/espacio virtual, sin saber muy bien dónde dar el Like, comprendo que la tecnología bien usada nos acerca, simplifica la vida y facilita conversaciones entre personas que al cruzarse en una esquina, quizá nunca hubieran conversado por horas y mucho menos a enamorarse.
Periódico El Tiempo, sección En Secreto 24 de Sept de 2017
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